sábado, 28 de septiembre de 2013

QUIERO ENTRAR EN EL GRUPO (PARTE 1)


Maaaaamaaaaa deja ya el móvil!!! ¿Cuántas veces habéis dicho esto vosotros eh eh?

 Pero empecemos por el principio, que no tiene ningún misterio, ni nada de original.
Varios miembros de una familia deciden crear un grupo de whatsapp para escribir sobre cosas importantes relacionadas con asuntos familiares. Si tenemos en cuenta que en ese chat, que efectivamente es el de mi peculiar familia, hay un participante que cuando era pequeño no sabía torcer, otro que no soporta que le toquen la cabeza, una enfermera que cuando sale de casa nunca sabe si lo lleva todo, un sujeto apodado ‘el pedanías’  y una veterinaria a la que a veces acudimos cuando nos duele algo… sabremos que ese grupo es, efectivamente, un sindiós.

 
Mi madre, que no soporta que a su alrededor pasen cosas que ella desconoce, no estaba en el  grupo porque ella solo quería “móviles con tapita hija que yo pueda abrirlos y cerrarlos para contestar las llamadas y así no tener que darle a ningún botón”.

 Yo llevaba más o menos bien que cada vez que sonaba el aviso de mensaje mi madre empezara: “¿Quién es? Es de la familia? ¿Qué ha pasado? ¿Están bien las niñas (mis sobrinas)?”

Por no contaros cuando de repente me gritaba desde el otro lado de la casa: “Nenaaaa escribe en el grupo y pregúntale a tu padre por que no me coge el teléfono?” o “Nenaaaaa escribe en el grupo y pregúntale a la tita (la enfermera) que qué hace?" (preguntar esto es lo que más le gusta a mi madre. A mí me llama cada mañana, sobre las 11, y siempre me pregunta: ¿Qué haces? y yo siempre le respondo con otra pregunta: ¿trabajar?)

Y así pasaba el tiempo hasta que un día, mientras comíamos, mi madre nos dijo a mi padre y a mi muy solemne: “Quiero entrar en el grupo”.

Me hubiera encantado que presenciarais la  escena porque mi padre parecía el líder de una secta, yo su secretaria y mi madre... una mujer desesperada.

 Después de consensuar en el grupo la conveniencia de dejarla entrar o no (decidimos que sí), solucionamos el tema ’hardware’ y rescatamos un Smartphone que había por casa.

 ¿Os he dicho ya que mi madre solo usaba móviles de tapita verdad? Pues eso.

Primero hubo que explicarle cómo abrir la aplicación para escribir mensajes y después enseñarle a usar el teclado del  teléfono: fue un infierno. Se pasaba el día haciendo llamadas sin querer, no daba pie con bola para contestar, no sabía desbloquearlo…

Fueron tiempos duros, pero al final, un día, llego este mensaje al grupo: “oja.soi.la.tits.pepi” .

 Le quedaba mucho para aprender pero aquel fue un gran paso…

domingo, 18 de agosto de 2013

Agua o aire, parece fácil ¿no?


Yo soy mucho de buscar soluciones en Internet.  Los tutoriales de You tube me pueden. He aprendido a hacer muchas cosas gracias a ellos: una trenza de espiga, un moño 'donut', punto del derecho y del revés (sí para hacer bufandas, jerseys y esas cosas)… en fin que me ha ido bien y les tengo mucha fe.


Bien, yo tengo un iphone, hasta aquí nada raro. Yo tengo un in iphone con él único botón que tienen los iphones estropeado (sí , el redondito) prácticamente desde el minuto cero.

Hasta que decidí buscar ayuda en internet no dejaba de escuchar cosas como estas: “eso lo llevas a la tienda y te dan otro (…) Yo fui al Apple bar y me lo cambiaron casi sin preguntar, no tuve que pagar nada (…) A mi prima le pasaba y como era un fallo de serie de ese modelo le mandaron uno nuevo y una carta de disculpa”. Bueno pues a mí ni en la tienda, ni en el bar de Apple (ni agua te dan no se porque lo llaman bar) me ayudaron. Aunque me ofrecieron la posibilidad de comprarme un teléfono nuevo…  Bueno pues ahí seguí yo con mi botón estropeado… y entonces lo hice: puse en google “tengo el botón del iphone estropeado”. Y  funcionó.


Un enlace me remitió a You tube y en el video aparecían dos chicos super bonicos con acento de Jaén (lo sé porque se parecía al de mi amiga Marmo). A ellos les había pasado lo mismo y explicaban cómo solucionarlo, ¡Bingo! La primera opción era comprarte una especie de pistola de aire comprimido y disparar sobre el botón para que, la presión del aire limpiara la suciedad acumulada bajo el botón, que es lo que supuestamente hace que no funcione.


Me vine abajo… no tenía el material necesario. Me sentí  como cuando veía Bricomanía y el presentador aparecía subido en una retroexcavadora y se disponía a explicarte cómo hacer una piscina en el jardín: incompleta. 

Pero de repente, cuando quedaban 20 segundos para que el vídeo acabara, propusieron una alternativa: “otra opción es ir a una gasolinera y en la máquina de dar aire a las ruedas hay un pitorrito que tiene el mismo diámetro que el botón del teléfono. Pegas el pitorro al botón, pulsas y el aire hará el resto”. ¡Perfecto!


Y ahí estaba yo, días después, precisamente delante de una de esas máquinas (como la de la foto) con cara de satisfacción. Parece fácil ¿no? Si quieres agua coges una manguera y si quieres aire, pues coges la otra. Ja, pensaba yo, se van a cagar los de Apple.

 Agarré la manguera del aire, o eso creía sencillamente porque estaba justo al lado de la palabra AIRE. No goteaba y tenía un pitorrito con un diámetro similar al de mi botón, tal y como habían dicho los chicos de you tube.


Agarré la manguera con una mano, mi amado teléfono con la otra, pegué el pitorro al maltrecho botón y, antes de que a mi espalda alguien terminara esta frase: “¿Has comprobado que es la pistola del aire y no la del agua?”, apreté el gatillo.

¿Habéis puesto el  teléfono móvil alguna vez debajo de un chorro de agua a presión? Pues eso.


Joder, joder,  joder





miércoles, 8 de mayo de 2013

LOS HIDRATOS DE CARBONO Y SUS CONSECUENCIAS


A mi me gusta comer, disfruto, no es un trámite. Siempre ha sido así, y no me refiero a comer delicatessen, puedo tomar (de hecho ha ocurrido) espaguetis con tomate durante una semana y disfrutar cada día del plato como si hiciese meses que no los probaba, claro que eran otros tiempos. Tampoco me gusta tirar comida, y esto me ha traído algún que otro disgusto. Os pongo en situación.

Verano del 92. Vacaciones adolescentes con amigas en un pueblo de la sierra almeriense. Fiestas populares y diez 'niñas' en una casa de pueblo. En el jardin una piscina Estoy con Toy en la que nos bañábamos por turnos por una cuestión de espacio... La vida era nuestra.
En la casa de al lado un perro tristón, delgado; un perro tristón muy delgado, famélico que diría mi madre.
Cada día cocinábamos kilos de espaguettis con tomate y cada día sobraban kilos de espaguettis con tomate. Como si fuese un ritual, después de comer, cada día le dábamos al perro tristón las sobras de nuestro banquete. Él las devoraba gustoso. Cada día estaba más contento, menos tristón. Esperaba ansioso el momento, movía la colita, daba saltos cuando nos veía aparecer. Al final de la semana era nuestra mascota, estaba más rellenito, más lozano... más feliz ¡que coño!. Ahora era un animal alimentado.

Nuestra felicidad y la del perro se acabó de repente, sin previo aviso. ¿Qué ocurrió? Sencillamente que apareció el dueño, al principio muy contento de ver a sus vecinas bañándose por turnos en la minúscula piscina, incluso se paró a darnos conversación. Llevaba una escopeta al hombro y se le veía bien, nos dijo que había quedado con unos amigos, iban de caza y venía a por el perro, era un galgo. Sí un galgo.
Ese verano descubrí que los galgos son delgados, que se le marcan las costillitas y que (ay) antes de la temporada de caza llevan una alimentación muy estricta para que, llegado el momento de echarse al monte a cazar, estén ágiles y tengan hambre para atrapar conejos, liebres y demás animalitos silvestres. Cuando vió a su perro, al que había dejado agua de sobra para los cinco dias y una ración de pienso para cada día que le suministraba un dispensador programado para tal fin, lo poseyó el mismísimo demonio. Aquel perrito movia la colita mientras intentaba llegar a duras penas hasta su dueño arrastrando la panza llena de espaguetis. No tenía ganas de moverse, ni se saltar, ni de salir al monte a correr ni mucho menos de comer nada que no fuesen hidratos de carbono con tomate Apis.
Nos dijo que nos iba a denunciar por maltrato animal, que habíamos arruinado su temporada de caza y que llevaba meses entrenando al galgo para cazar. Por no hablar del dinero que le había costado el perro. No entendíamos nada porque os juro que nunca un animal ha sido tan feliz como aquel galgo en el verano del 92 y en ese momento yo me convertí en la adolescente más triste que ha sujetado nunca una lata de tomate frito.

viernes, 1 de marzo de 2013

La biblia de la A a la Z


Tengo muy buena memoria, fotográfica. A veces doy miedo. Reproduzco conversaciones enteras como si me las hubiese estudiado. Recuerdo detalles sin importancia,  también todas las fechas de cumpleaños… ¿Será un don? Mi don. Hola, soy rubia, pero tengo un don. Pues no, no lo es.


 El otro día la grúa se llevó mi coche, pero yo no lo sabía, yo sólo vi que donde había aparcado mi coche hacía diez horas, ahora había otro. Y no lo había cambiado de sitio, me acordaría (recordad que hasta hace unos segundos tenía un don). No reaccioné muy bien, la verdad. De hecho, no reaccioné. De no ser por mi compañera Teresa, que hizo las llamadas pertinentes para descartar el robo, yo seguiría con la boca abierta delante de un coche que no era el mío. Al otro lado del teléfono de Teresa había una mujer que sólo me hizo una pregunta para ayudarme a dar con mi coche: ¿me dice la matrícula de su vehículo por favor?... Mierda.

 
Pero no es de esto de lo que quería hablar, aunque también tiene que ver con la memoria.

 
Yo estudié en un colegio de monjas. Cada alumna tenía que llevar su biblia a clase dos o tres veces por semana. A mí se me olvidaba con frecuencia, pero compartía la de mi compañera de pupitre, Cochi Garbín. Hasta que la cosa se puso fea y la hermana Victoria empezó a poner puntos negativos a quienes olvidaran en casa las sagradas escrituras.

 
Así que el día que la mencionada monja entró en clase y preguntó ¿tenéis todas la biblia aquí? mi vida cambió. Mis compañeras empezaron a agitar las suyas al aire mientras respondían: siiiiiiiiiii.
Yo no la tenía, pero lo que sí que había debajo de mi pupitre era un diccionario Everest, de color marrón, sí, de esos que tenían un dibujo de una montaña nevada en la portada. Lo agarré, lo blandí al aire y grite: siiiiiiiiiiiiiiiiiiii, hermana, síiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii. De repente, en esa clase en la que había 42 niñas de 13 años, parecía estar yo sola. La hermana Victoria solo me miraba a mí.

-¿Eso es una biblia?

 -Sí, dije yo muy bajito y con el diccionario Everest, de color marrón con la montaña nevada pintada en la portada, encima de la mesa, muy pegadito a mí.

Silencio

-Lee la biblia

Silencio

-¿Lees o te pongo un punto negativo?

Eso nunca… Así que… muy despacio abrí el diccionario Everest, de color marrón con la montaña nevada pintada en la portada (más tarde descubrí que esa montaña era el propio Everest) y empecé.

-A: primera letra del abecedario español. Corresponde a la vocal más percetible del sistema vocálico español.

Madre mía todo lo que había ahí escrito sobre la A, una página entera… No me dejó acabar.

Mi diccionario Everest, de color marrón y con el Everest nevado pintado en la portada, y yo abandonamos el aula en ese mismo instante. Nunca se ha establecido un vínculo más bonito entre un diccionario y una niña que aquel. Y nunca más me olvidé la biblia.
Pero nada de lo que hice después fue lo suficientemente bueno como para borrar todos los puntos negativos que me pusieron aquel día. De hecho, creo que aún hay alguno anotado en aquella lista, junto a mi nombre, que ocupaba justo el puesto número 11. En el diez, María del Mar Ferreira, y en el 12, Concepción Garbín.
 

domingo, 3 de febrero de 2013

No nos llames 'peculiares', no lo somos


Muchas veces me han dicho que tengo una familia 'peculiar', incluso que yo misma tengo comportamientos ‘peculiares’. Al principio no le daba importancia pero, después de oírlo más de veinte veces, empecé a darle vueltas al tema. Malo.

Pensé, a ver Sonia ¿qué cosas ocurren en tu familia que la hace ‘peculiar’. No se me ocurría ninguna, porque todo lo que me venía a la cabeza eran comportamientos absolutamente normales, creo.

-Mi hermano cuando era pequeño no sabía torcer. ¿Estáis esperando una aclaracion? No la hay: mi hermano solo andaba en línea recta. Él se ponía a caminar y pisaba todas las cosas que estaban en su camino, tuvieran vida o no. Y cuando no podía seguir, porque era físicamente imposible, esperaba a que alguien le colocase en otra dirección para reanudar la marcha.

En el colegio, cuando salían al recreo podía pasarse horas de cara a la pared. ¿Castigado? No coño, esperando ayuda.

-Mi tía Pilar nunca utiliza la palabra casa, ni la palabra piso, ella siempre dice vivienda. No me preguntéis por qué. Ella usa expresiones como: mi hijo se ha comprado una vivienda, o, que vivienda más bonica tiene mi prima en Sevilla, o, hay en la playa unas viviendas lindísimas... No conozco a nadie más que use esa palabra, salvo a los que escriben los carteles publicitarios que hay en los descampaos: promoción de viviendas de lujo, excelentes calidades.

-Yo subo las escaleras corriendo, pero solo si el tramo es pequeño, entre cinco y diez escalones.  Si es más largo lo subo como las personas normales. Y también tengo absoluta debilidad por las escaleras mecánicas… ¡Me fascinan! Pero esto sí tiene una explicación. Las primeras las vi con 14 o 15 años (En Almería somos así, pa que vamos a gastar en escasleras mecánicas pudiendo subir los escalones como dios manda, poniendo primero un pie y luego el otro). Imagino que esta devoción es porque quiero recuperar el tiempo perdido en nuestra relación. Me gusta subirlas, bajarlas, subir en las que bajan, bajar en las que suben... ay.

-Mi padre NO PUEDE practicar deporte (de un tiempo a esta parte, por motivos de salud) pero no ha dejado de adquirir material deportivo. “Nena es que es para andar”, me dice mi madre. Ahhhhh. 
A ver, tiene varios chandals, para andar, bueno vale. Tiene varios tenis (zapatillas de  deporte para los que no son de Almería) para andar, bueno vale. Tiene una bolsa de deporte, para andar, ¿cóoooomo? bueeeeeno vale. Pero... ¿una pala de padel?, ¿una pala de padel para andar? ¿Y que la usa de bastón? (lo visualizo y me parto)Por ahí no paso. Así que ahora la tiene mi hermano que ya sabe torcer y además juega al padel.

-Hubo una temporada en la que era imposible encontrar los mandos a distancia en casa (en Almería). El de la tele, el del vídeo, el del equipo de música… Desaparecían un día, al cabo de un tiempo aparecían de repente, pero volvían a desaparecer cuando menos lo esperábamos. El misterio siempre ocurría cuando la casa se quedaba vacía, de modo que cuando volvíamos a nuestra ‘vivienda’ los mandos no estaban. Pero un día pillé a la culpable, ajá.
Era mi abuela… los escondía (debajo del sillón, en el mueble bar, detrás del mueble del comedor…).
 
–Abuela ¿qué haces?
–¿Qué? ¿Ah lo dices por los mandos?.
–Sí, hemos comprado tres mandos universales en un mes porque desaparecen los originales.
–Ya, es que los escondo cuando nos vamos. Así, cuando vengan a robar a casa y los ladrones se lleven la tele y la radio, se van a joder que no van a poder usarlos, porque los mandos no los van a encontrar (y se partía de risa… y yo... cada vez que me acuerdo).

Me vino a la cabeza alguna cosilla más pero ninguna fuera de lo común, eran todas de este tipo. Debe ser que el adjetivo 'peculiar' tiene algún significado que desconozco.

Por cierto lo he vuelto a hacer: le dije a mis amigas (que querían probar el parapente) que había leído nosé donde que las personas que practicaban regularmente vuelo sin motor tenían migrañas fortísimas. Ja.

jueves, 3 de enero de 2013

COSAS QUE NO QUIERO VOLVER A HACER


Por fin se acabó el año, tenía unas ganas... Digamos que 2012 no estará entre mis preferidos.

¿Y ahora qué? Llegó el momento de los lugares comunes: los buenos propósitos.
Una rubia siempre está llena de ellos, lo que no significa que los vaya  cumplir, la mayoría de las veces no puede.

Yo no tengo una lista de  buenas intenciones para 2013, yo simplemente me conformo con que cosas como estas no me vuelvan a ocurrir. Es bastante sencillo, ahí voy.

1.Dejarme las llaves de la moto puestas (en la moto me refiero, después de aparcarla). Sí, lo hago. Y no importa el lugar. Hasta ahora siempre ha habido almas caritativas que me las han devuelto, pero sé que no siempre será así.

Aprovecho para dar la gracias a todos los que no me han robado la moto y han tenido la oportunidad de hacerlo:
A Iñaki que me las trajo a la redacción.
A un portero de la calle Lagasca.
Al quiosquero de enfrente de mi garaje, que no me acuerdo de su nombre pero que siempre está cantando y eso me gusta mucho.
A mi vecino de aparcamiento, Sergio, que tanta paciencia tiene.
A mi compañero Alvaro.
Y a una chica que aparcó a mi lado en Chueca

2.Sufrir cuando personas que conozco hacen puenting, montan en avioneta, sé tiran en paracaídas o practican vuelo sin motor; y decirles cosas que me invento como si en realidad las tuviese contrastadas. Como por ejemplo: "mucha gente que lo hace muere de un infarto, lo he leído". "Hay más paracaídas que no sé abren de los que crees".  "Ya casi no quedan especialistas que doblen a los actores en pelis de acción [han muerto]".  Venga no lo hago más.

3. Ir a ver películas de miedo al cine, porque en casa es otra cosa, pero en el cine, ay en el cine... lo paso fatal.
No descarto morir de un infarto, palabra, me lo tomo todo muy a pecho.
No veo las escenas de miedo porque me tapo los ojos, con lo cual veo más o menos 1/3 de la peli.
Salgo con contracturas musculares en cuello, hombros y espalda completa.
Miro con recelo a las personas con las que me cruzo los dias después de haber ido al cine.
Si es de espíritus, tengo pesadillas, y si es de psicópatas me paso un mes corriendo por la calle para llegar rápido al coche, para llegar rápido a la redacción, para llegar rápido a casa; con lo cual vivo agotada permanentemente... y eso no puede ser. Lo malo es que me encanta, pero tengo que ser fuerte y pasarme a la comedia o a esas pelis que solo te cuentan cosas, buenas o malas, pero cosas normales.
Las de drácula no las veo, me muero.

Pues de momento con cumplir estas tres cositas de nada me doy por satisfecha. Hay alguna más, pero eso es otro post.








 

jueves, 22 de noviembre de 2012

Yo soy más de teloneros


Así es, siempre me han gustado los primeros que salen a escena, esos que finiquitan la espera. El aperitivo, eso es; el aperitivo es lo mejor siempre.

Bueno, a lo que voy. Me aficioné tanto a los teloneros que varias veces compré entradas a conciertos para ir a ver al grupo ‘b’ y marcharme tan contenta antes de que saliese a tocar el responsable de que tooooodo ese público estuviese allí reunido.

Cuando te vas de un concierto antes de que empiece la gente te mira raro: “Uy mira la rubia que se ha cansao (es que como casi siempre eran en Almería la expresión era exactamente ésa)”. Pero no, más feliz que una perdiz me iba yo después de cantar como una loca esas canciones que casi nadie sabía (porque además yo soy mucho de canciones de cara B, pero ese es otro post).

 Al grano que me salen ramas. El otro día una de mis amigas me dijo, de pasada, que iba al concierto de Un pingüino en mi ascensor y se quedó tan ancha. Ése era el telonero que más perseguí en mi adolescencia. Tenía TDKs llenas y llenas con sus canciones, qué recuerdos… Me acoplé.

 Qué decir: colosal, aunque el sonido era malísimo; soberbio, aunque no se entendían las letras; divertido, sin aunques.

 Lo que tenía pinta de acabar igual de bien que empezó se enturbió porque una vez más saqué a relucir la rubia más absurda que hay en mí. Os explico.

 Acaba el concierto y como buena grupi llego hasta ellos (José Luis Moro y Mario Gil para más señas) y me hago la mítica foto. Y como no puedo estar callada le digo:

 - José Luis, me ha encantado, qué pena que no hayas cantado la del melocotón.

 - ¿Cuál? -me dice ojiplático mientras se retira la Heineken de los labios.

 - Sí hombre, la del melocotón- insisto yo, desperdiciando una oportunidad única de callarme.

 - Ésa no es mía- me contesta.

 - Que sí hombre que sí…- y voy y se la canto (noooooooo rubia nooooooo).- “Y así lloró el melocotón cuando el cuchiiiiiillo lo pelóóóóóóóó”.

 Él, que es, imagino, un hombre educado, me mira como con pena, le da un sorbo a la Heineken y me dice:

 - Encantado; pero esa canción no es mía.

 
Un poco confundida volví con mis amigos, uno de ellos lo había presenciado todo y lloraba de la risa. Saqué el móvil y tecleé en google: Melocotón, cuchillo, canción… ¡Mierda! Es de Pabellón Psiquiátrico, otro gran aperitivo.